El técnico compostelano José Antelo me remite una crónica firmada por Rubén Moralejo Álvarez sobre un acontecimiento pugilístico acaecido en Santiago de Compostela en julio de 1964. El autor es un exboxeador que, entre otros, se midió a los coruñeses Barral y Barrientos, al madrileño Ejarque o al tinerfeño campeón de España, Europa y mundial Miguel Velazquez. Vigués universal, y amigo del decano del boxeo gallego Paco Amoedo, con el que compartía entrenamientos en el parque de Castrelos, firma sus artículos en «Tigres del Cuadrilátero» bajo el seudónimo compuesto por el nombre del expresidente de la FEB y EBU Rubén Martínez, el segundo apellido del periodista Julio Cesar Iglesias Moralejo, a los que añade el apellido materno del denominado Poeta del Boxeo Manuel Porras Alcántara. El periodista nacido en la Ciudad Olívica destaca por sus profundos conocimientos y por la abundante documentación que posee sobre la historia del boxeo mundial. Las hemerotecas de diversos medios como el Marca , El Faro de Vigo o el Canal 7, guardan numerosos y excelentes análisis pugilísticos creados por su ágil y ponderada pluma.
Aquí les presentamos la vieja crónica de aquella velada, cuando se han cumplido 58 años de aquella anécdota, que muchos ni conocían. El héroe del evento boxístico acaecido sobre un cuadrilátero gallego resultó ser un superclase que no estaba anunciado: José Legrá Utría.
Su calidad pugilística está reconocida en todo el mundo, pero de las virtudes personales de Legrá poco hemos leído, por eso podemos rememorar una estupenda anécdota ocurrida a los pocos meses de llegar él a España que define su agudeza y acierto en muchas de sus acciones. Ocurrió en Santiago de Compostela el 20 de julio de 1964, donde se iba celebrar una magnífica velada de boxeo, en la que iban a combatir Francisco Berdonce y José Arranz, en eliminatoria para designar aspirante al campeonato de España en poder del coruñés Casal. En semifondo también debía pelear el prometedor púgil coruñés Joe Grandío, pero a última hora se recibe la noticia que su rival no puede trasladarse a Santiago, lo cual contraría sobremanera a los federativos que en verdad parecían leones enjaulados, acusando ese problemón. No había tiempo de buscarle un contrario al joven Grandío, pues no abundaban boxeadores de ese peso en zonas cercanas; los miembros de la Federación Gallega no hallaban soluciones posibles y se estaban ahogando en vasos de agua… Ciertamente la velada había despertado interés en los aficionados de la capital de Galicia y por eso no podía suspenderse ni aplazarse.
Dos días antes se había celebrado otra magnífica velada de boxeo en el municipio de Carballo, donde había tomado parte José Legrá, por lo que éste acordó quedarse en esa provincia para asistir como espectador a la velada de Santiago, para ver el combate de su buen amigo Berdonce. Una vez que llega y se acerca al corrillo de los organizadores huele el problema que rodea al evento, y aporta la única solución que a nadie se le había ocurrido: «¡Eso lo arreglo yo…!» Entonces planteó actuar él en match de exhibición ante Grandío y otro púgil profesional para rellenar ese combate; al oírlo los ojos de aquella gente se abrieron como platos y sus mentes fueron iluminadas por un rayo de claridad mental.
Al Puma de Baracoa no le importaron las agujetas de la pelea que tuvo dos días antes, con tal de solventar aquella papeleta. Legrá era joven como boxeador, pero ya tenía buena experiencia no solo por pelear en Cuba, sino también en EE UU y México, por eso conocía cómo sustituir a un púgil programado y sus múltiples soluciones. La gran exhibición le valió el agradecimiento de todos y, ni que decirlo, luego no quiso las miles de pesetas que la Federación quiso premiarle por ese gesto tan bueno que Legrá tuvo con los gallegos. Su actuación fue totalmente desinteresada.